De niña, Daniela, hoy de 22 años, siempre fue tildada de rebelde. A los profesores, su actitud inquieta los sacaba de casillas, pero su desempeño académico era bueno.Ella vive con sus padres, una pareja amorosa que siempre la ha acompañado y su hermana, su cómplice de vida. Ah, y un perrito; todos ellos han sido testigos de los primeros vestigios de su trastorno mental.
Entre los diez y los doce años ya la habían visto psicólogos para tratar de comprender su comportamiento, que inicialmente tildaron de rebeldía. “Si a mí no me gustaba algo, no lo hacía o me distraía en otras cosas”. De esa época recuerda el malestar que le provocaban los viajes de su madre y que se hacía la enferma para llamar su atención. También, el amor por la equitación y el patinaje, que practicó de forma profesional.
Durante el bachillerato cambió muchas veces de colegios privados, pero, sin duda, uno de sus pasos más traumáticos fue en un colegio público en el que sus papás la ingresaron como castigo . Pero allá, sus problemas de comportamiento empeoraron. La relación con sus padres se hizo más tensa, comenzó a consumir alcohol y no tardó en llegar a las drogas, con solo 13 años. “Yo solía masticar las papeletas de perico de una amiga hasta que un día me dejó probarlo”.
Una cosa la llevaba a la otra hasta que, en el 2012, terminó metida en el mundo de las peleas juveniles . “Yo siempre me metía en lo que no me convenía. Me iba a ver los encuentros y terminaba defendiendo a gente que ni conocía. Necesitaba sentir esa adrenalina”.
Esa etapa terminó en una tremenda golpiza y perseguida por las llamadas ‘liebres’, como llamaban a delincuentes que saldaban cuentas pendientes, incluso asesinando. “Cuando mis padres se enteraron quisieron denunciar a los agresores, pero en el colegio les recomendaron sacarme de la ciudad. Estuve como tres semanas en un pueblo del Tolima con mi abuela mientras mis papás conseguían vivienda en otro barrio”.
Al retornar a Bogotá pasó por muchos colegios privados y costosos, pero en todos terminaba por tener un quiebre. “Uno de los más graves fue un día en que mi mamá decidió no dejarme salir del apartamento. En esa época yo hacía tela acrobática y así intenté escaparme. Resulté con mis pies fracturados. Duré seis meses en silla de ruedas, con ayuda hasta para ir al baño. En esa época yo me creía Dios, estaba en contra de todo el mundo”.
Daniela también pasó por un centro de rehabilitación. “Ahí duré seis meses y salí con la recomendación de que me trataran con psicólogos y psiquiatras porque cosas de mi comportamiento no eran normales”.