Elizabeth Alexandra Mary nació en Londres el 21 de abril de 1926. Su último suspiro lo dio en Balmoral, rodeada de toda su familia, este jueves 8 de septiembre
El mundo comenzó a pensar en lo inevitable cuando llegó el primer comunicado del Palacio de Buckingham. “Después de una evaluación adicional esta mañana, los médicos de la reina están preocupados por la salud de Su Majestad y han recomendado que permanezca bajo supervisión médica”, decía el texto oficial.
La palabra preocupación no suele estar en las comunicaciones de la realeza. La agenda de la monarca se canceló y ella se recluyó en Balmoral, ese castillo idilico en Escocia donde ella contaba que pasó sus mejores momentos. El planeta enteró comenzó a temblar. La humanidad fue testigo de ese angustiante minuto a minuto.
Primero se anunció que el príncipe Carlos y Camilla Parker habían salido a Balmoral de urgencia. Luego, también viajaron William y Kate.
Después, Harry y Meghan partieron desde Londres. Al final, la noticia se confirmó y el planeta se estremeció. El Reino Unido sin la Reina Isabel II, un escenario que nadie quería imaginarse.
La monarca había sido por 70 años el símbolo más importante y querido de ese país. Había sobrevivido guerras, decenas de primeros ministros, varios papas.
Ningún escándalo la había hecho ni siquiera tambalear y aún en la novelesca vida llena de intrigas, celos, infidelidades y peleas de la casa real británica, había logrado mantener siempre la sabiduria y la calma.
La Reina Isabel siempre supo lo que era. Una anécdota refleja el enorme poder de convicción de su cargo. Una vez, se trenzó en una pelea con la Reina Madre, que le espetó: “¿Quién crees que eres?”, a lo que su hija contestó: “La reina, mami, la reina”. El chiste refleja su humor pícaro, pero no su real modo de ser.
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