Quizás es apresurado afirmar que el COVID-19 transformará las relaciones políticas, económicas y sociales, o incluso, que definirá la primera mitad del siglo XXI, como las Guerras Mundiales lo hicieron hace un siglo, o como la Guerra Fría, en la segunda mitad del siglo XX. Pero las relaciones entre los Estados, de los ciudadanos con los Estados y entre los ciudadanos se están transformando en medio de una conectividad virtual que es posible por primera vez, quizás es temprano para entender cómo cambiarán las sociedades, lo que ha quedado claro es que no se trata de una gripe más y que tanto la pandemia como sus consecuencias tendrán un impacto en el mundo, en la región y en Colombia.
Mientras Suramérica se prepara para hacer frente al reto del COVID-19, con una precaria infraestructura médica, los Estados Unidos han iniciado una nueva arremetida contra el régimen de Nicolás Maduro y la Revolución Bolivariana. Primero el departamento de justicia acusó al cuestionado presidente venezolano de narcoterrorismo y a una parte de la elite chavista, incluyendo a Cabello y Padrino, los más poderosos después de Maduro. Posteriormente, propuso un “marco de transición democrática para Venezuela” que excluye a todos los chavistas corruptos, violadores de derechos humanos y narcoterroristas. Y finalmente, incrementó operaciones antinarcóticos en áreas cercanas al territorio venezolano. Una espiral de acciones que claramente busca presionar la transición democrática en Venezuela.
Pocos países en el mundo han vivido un proceso de deterioro como Venezuela bajo la Revolución Bolivariana, no existe un sólo rubro político, económico o social, un indicador o medición que no atestigüé que el proyecto concebido por Hugo Chávez, e implementado y radicalizado por Nicolás Maduro ha hecho del país vecino un Estado: menos libre, más pobre, más peligroso y hundido en una emergencia humanitaria compleja y prolongada, que ha causado la migración de más de 4,9 millones de ciudadanos. No fue una guerra o un conflicto armado interno, fueron las medidas implementadas por un proyecto político las que han hecho retroceder a Venezuela y hoy la dejan indefensa ante el reto del COVID-19.
El Gobierno de Nicolás Maduro no tiene la capacidad para atender la crisis que se avecina por el COVID-19. El sistema de salud venezolano es el menos preparado de la región para atender la emergencia de salud pública, toda la infraestructura de atención médica fue destruida por la estrategia de las Misiones Sociales de la Revolución Bolivariana y con apoyo de la asesoría cubana.
Las inversiones y gastos que durante casi dos décadas se debían haber hecho en el sistema de salud fueron derrochadas en las llamadas misiones bolivarianas, sin el control, transparencia, vigilancia, veeduría o racionalidad que implica el uso de los recursos públicos, por el contrario, se estableció un andamiaje paralelo que discrecionalmente administraron primero Chávez y ahora Maduro. Cimentado en la medicina cubana, la misión Barrio Adentro, en sus diferentes niveles, convirtió la salud de los venezolanos en una herramienta de propaganda política. La situación es tan grave que Venezuela es el único país de la región en el cual se ha reducido la esperanza de vida, el año pasado la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida reportaba un retroceso de 3,5 años.
La encuesta en hospitales de la comisión de expertos de salud para hacer frente a la pandemia del coronavirus COVID, al sábado de la semana pasada (4 de abril) reportaba como en el sector salud: el 92,59% no tenía, o con fallas, acceso al jabón, el 72,37% a los guantes y el 40% a los tapabocas, respectivamente. Igualmente: el 90,60% no tenía, o con fallas, acceso al servicio eléctrico en todo el país, el 93,23% no tenía, o con fallas, acceso al servicio de agua y el 85,09 no tenía, o con fallas, acceso abastecimiento de gas. Incluso la encuesta rebela que aproximadamente el 86.67% no tiene ningún tipo de ahorro o ingreso, a lo que se suma que el 11,38% sólo tienen recursos para cubrir entre una semana y un mes, limitando seriamente la capacidad de resistir la llegada de la agudización del COVID-19.